ATRACCIÓN: GUSTAR Y AMAR A LOS DEMÁS
En el comienzo hubo atracción —la atracción entre un hombre particular y una mujer particular a los que cada uno de nosotros debemos nuestra existencia—. Nuestra dependencia de toda la vida de uno con el otro pone a las relaciones en el corazón de nuestra existencia. Cuando se les pregunta: "¿Qué es lo que le da significado a su vida?" o "¿Qué necesita para ser feliz?", la mayoría de las personas mencionan —antes que cualquier otra cosa— relaciones estrechas satisfactorias con los amigos, la familia o la pareja romántica (Berscheid, 1985; Berscheid y Peplau, 1983).
¿Qué predispone a una persona para que le guste o ame a otra? Pocas interrogantes respecto a la naturaleza humana despiertan mayor interés. Las maneras en que los afectos de las personas florecen y se desvanecen forman la materia prima de telenovelas, música popular, novelas y gran parte de nuestra conversación cotidiana. Mucho antes de saber que había un campo como la psicología social, ya había memorizado la receta de Dale Camegie sobre cómo ganar amigos e influir en las personas. Se ha escrito tanto acerca del agrado y el amor que casi cualquier explicación concebible —y su opuesta— se ha propuesto ya. ¿La ausencia hace más fuerte el cariño? ¿O alguien que está fuera de nuestra vista también está fuera de nuestra mente? ¿Los que son parecidos se atraen? ¿O los opuestos?
Hace más de 200 años la ciencia nos dio una estimación casi exacta de la circunferencia de la Tierra, pero no fue sino hasta nuestra época que el agrado y el amor se volvieron objetos de un escrutinio científico profundo. Cuando lo hicieron, la idea misma de analizar científicamente esos fenómenos "subjetivos" fue recibida con desdén. Cuando la Fundación Nacional para la Ciencia ofreció un financiamiento de $84 000 para la investigación del amor, el senador por Wisconsin, William Proxmire, protestó airado:
Me opongo a esto no sólo porque nadie —ni siquiera la Fundación Nacional para la Ciencia— puede argumentar que enamorarse es una ciencia; no sólo porque estoy seguro de que aun si gastan $84 millones u $84 mil millones no obtendrían una respuesta que alguien creyera. También estoy contra ello porque no deseo saber la respuesta. Creo que otros 200 millones de estadounidenses desean dejar algunas cosas de la vida en el misterio, y justo a la cabeza de las cosas que no deseamos saber es por qué un hombre se enamora de una mujer y viceversa... Así que, Fundación Nacional para la Ciencia: dejen el chanchullo del amor. ¡Dejen eso a Elizabeth Barrett Browning e Irving Berlin! (Harris, 1978.
La prensa hizo un día de campo con los comentarios de Proxmire. En el New York Times, James Reston (1975) reconoció que el amor encerraba profundos e insondables misterios. Aun así, argumentó, "si los sociólogos y los psicólogos pueden obtener siquiera un indicio de la respuesta a nuestro patrón de amor romántico, matrimonio, desilusión, divorcio —y los niños que quedan detrás— podría ser la mejor inversión del dinero federal que se haya hecho desde que Jefferson compró Louisiana".
Los análisis psicosociales de la amistad y el amor intimo no pretenden competir con Elizabeth Barrett Browning e Irving Berlin. El psicólogo social y el poeta tratan el amor en niveles diferentes. El psicólogo social examina quién atrae a quién. El poeta describe al amor como una experiencia, en ocasiones, sublime.
• UNA TEORÍA SIMPLE DE LA ATRACCIÓN
Si se les pregunta por qué son amigos de alguien o por qué les atrajo su pareja, la mayoría de las personas pueden responder rápidamente. "Me gusta Carol porque es amable, graciosa y culta." Lo que estas explicaciones omiten —y lo que los psicólogos sociales creen que es lo más importante— es a nosotros mismos.
La atracción implica tanto al que es atraído como al que atrae. Por tanto, una respuesta más precisa desde el punto de vista psicológico podría ser: "Me gusta Carol por la manera en que me siento cuando estoy con ella." Somos atraídos por aquellos con los que nosotros encontramos satisfactorio y gratificante estar. La atracción está en el ojo (y cerebro) de quien está observando.
El punto puede ser expresado como un principio psicológico simple: nos gustan aquellos que nos recompensan, o a quienes asociamos con las recompensas. Este principio de recompensa es desarrollado en dos teorías relacionadas. Una es TE el principio minimax: minimizar costos, maximizar recompensas. Esto implica la que si una relación nos da más rcompensas que costos, nos gustará y desearemos continuarla. Esto será especialmente cierto si la relación es más provechosa que las relaciones alternativas. Minimax: minimizar aburrimiento, conflictos, gastos; maximizar autoestima, placer, seguridad. Hace alrededor de 300 años La Rochefoucauld (1665) conjeturó de manera similar: "La amistad es un arreglo para el intercambio mutuo de ventajas y favores personales por el que puede beneficiarse la autoestima."
Si ambos participantes en una amistad persiguen sus deseos personales, lo quieran o no es probable que la amistad muera. Por consiguiente, nuestra sociedad nos enseña a intercambiar recompensas con una regla que Elaine Hatfield, William Walster y Ellen Berscheid (1978) llaman equidad: lo que usted y su amigo obtienen de una relación debe ser proporcional a lo que cada quien aporta. Si dos personas reciben resultados iguales, deben contribuir de manera igual; de otra manera su relación se sentirá injusta para una u otra de las partes. Si ambos sienten que sus resultados corresponden a los bienes y esfuerzos con que contribuye cada uno entonces ambos perciben la equidad. Los extraños y los conocidos casuales mantienen la equidad por medio del intercambio de beneficios: usted me presta sus apuntes de clase; después, yo le prestaré los míos. Yo lo invito a mi fiesta; usted me invita a la suya. Los que se aman (o quienes han compartido la habitación por algún tiempo, no se sienten tan obligados a intercambiar beneficios idénticos: apuntes por apuntes, fiestas por fiestas. Se sienten con mayor libertad para mantener la equidad intercambiando una variedad de beneficios ("Cuando vengas a prestarme tus apuntes, ¿por qué no te quedas a cenar?") y finalmente dejan de fijarse en quién le debe a quién.
¿Es absurdo suponer que la amistad y el amor se basan en un intercambio de recompensas equitativo? ¿En ocasiones respondemos a la necesidad de alguien que amamos sin esperar un beneficio recíproco? En efecto, aquellos implicados en una relación equitativa a largo plazo no se preocupan por la equidad a corto plazo. Margaret Clark y Judson Mills, argumentan que las personas incluso se esmeran en evitar calcular cualquier intercambio de beneficios. Cuando ayudamos a un buen amigo, no deseamos que nos corresponda en ese instante. Si alguien nos ha invitado a cenar, esperamos antes de corresponderle, para que la persona no atribuya nuestra invitación al simple pago de una deuda social. Los verdaderos amigos se adaptan a sus necesidades mutuas incluso cuando la reciprocidad es imposible. Una clave de que un conocido se está convirtiendo en un amigo es que la persona comparta cuando compartir es inesperado . Las personas felizmente casadas tienden a no llevar la cuenta de cuánto han dado y cuánto han obtenido.
En experimentos con estudiantes de la Universidad de Maryland, Clark y Mills confirmaron que no ser calculador es una señal de amistad. Los intercambios de uno con otro fomentaron el agrado de las personas cuando la relación era relativamente formal pero lo disminuyeron cuando los dos buscaban amistad. Clark y Mills suponen que los contratos matrimoniales en los que cada cónyuge especifica lo que espera del otro es más probable que socaven el amor de la pareja en vez de fomentarlo. Sólo cuando la conducta positiva del otro es voluntaria podemos atribuirla al amor.
No sólo nos agradan las personas que nos recompensan cuando estamos con ellas; también, de acuerdo con la segunda versión del principio de recompensa, nos agradan aquellos a quienes asociamos con los buenos sentimientos. Según los teóricos Donn Byme y Gerald Clore (1970), y para Albert Lott y Bernice Lott (1974), el condicionamiento social crea sentimientos positivos hacia quienes se vinculan con eventos recompensantes. Cuando, después de una ardua semana, nos relajamos frente a un fuego y disfrutamos de una buena comida, bebida y música, probablemente sintamos una calidez especial hacia los que nos rodean. Es menos probable que nos agrade alguien al que conozcamos mientras sufrimos un dolor de cabeza insoportable.
Quizá usted pueda recordar alguna ocasión en que reaccionó positiva o negativamente ante alguien que le recordaba a otra persona.
Otros experimentos confirman este fenómeno del agrado —y desagrado— por asociación. En uno, estudiantes universitarios que evaluaban a extraños en una habitación cómoda les agradaron más éstos, que aquellos que los evaluaron en una habitación incómodamente caliente. En otro experimento, unas personas evaluaban fotografías de otras mientras se encontraban en una habitación elegante, lujosamente amueblada y con luz tenue, o en una habitación de aspecto lastimoso, sucia y sin adornos. De nuevo, los sentimientos cálidos producidos por el marco elegante se transfirieron a las personas a las que se estaba evaluando. Elaine Hatfield y William Walster (1978) encontraron un consejo práctico en estas investigaciones: "Las cenas románticas, la asistencia al teatro, las tardes juntos en casa y las vacaciones nunca dejan de ser importantes. . . "Si su relación ha de sobrevivir, es importante que ambos continúen asociando su relación con las buenas cosas."
Esta simple teoría de la atracción —que nos agradan aquellos que nos recompensan y aquellos a los que asociamos con recompensas— es útil. Pero, como en las generalizaciones más radicales, deja muchas preguntas sin respuesta. ¿Qué es, con precisión, recompensante? Por supuesto, la respuesta variará de persona a persona y de situación a situación. Pero, ¿por lo general es más recompensante estar con alguien que difiere de nosotros o con alguien parecido a nosotros? ¿Ser halagado profusamente o criticado de manera constructiva? Según su experiencia, ¿qué factores han fomentado sus amistades cercanas?
Con tantas posibilidades, debemos considerar influencias específicas sobre la atracción. Para la mayoría de las personas, ¿qué factores nutren al agrado y al amor? Empecemos con aquellos que ayudan a comenzar una amistad y luego consideraremos aquellos que mantienen y profundizan una relación. En su experiencia, ¿qué factores han fomentado sus amistades cercanas?
• SIMPATÍA: ¿QUIÉN LE AGRADA A QUIÉN?
Las amistades surgen bajo la influencia de factores aparentemente accidentales o triviales: la simple proximidad geográfica o los atributos físicos superficiales pueden atraer a las personas entre sí, del mismo modo que la semejanza y las reacciones afectuosas de los demás.
PROXIMIDAD
Uno de los predictores más potentes de si dos personas son amigas es su proximidad absoluta entre sí. La proximidad también puede fomentar hostilidad; la mayoría de los asaltos y asesinatos implican personas que viven en una proximidad estrecha. (Es mucho más probable que las armas de fuego compradas para autodefensa sean usadas contra integrantes de la familia que contra intrusos.) Pero por fortuna con mucha mayor frecuencia la proximidad despierta el agrado. Aunque les pueda parecer trivial a quienes reflexionan sobre el misterioso origen del amor romántico, los sociólogos han encontrado que la mayoría de las personas se casan con alguien que vive en el mismo vecindario, o trabaja en el mismo lugar, o asiste a la misma clase. Mire a su alrededor. Si decide casarse, es probable que sea con alguien que ha vivido, trabajado o estudiado cerca.
Leon Festinger, Stanley Schachter y Kurt Back (1950) descubrieron que la proximidad lleva al agrado cuando observaron la formación de amistades en los departamentos de estudiantes casados del MIT . Debido a que las personas fueron asignadas a los departamentos esencialmente al azar, sin ninguna amistad previa, los investigadores pudieron evaluar la importancia de la proximidad. Y fue importante. Cuando se les pidió que nombraran a sus tres amigos más íntimos dentro de todo el conjunto de edificios, dos tercios de los nombrados vivían en el mismo edificio, y dos tercios de éstos vivían en el mismo piso. ¿A qué persona eligieron con mayor frecuencia? Una que vivía en la puerta contigua.
Interacción
En realidad, no es la distancia geográfica la que es crítica sino más bien la "distancia funcional" —con cuánta frecuencia se cruzan los caminos de la gente—. Las personas a menudo hacen amistad con otras que usan las mismas entradas, estacionamientos y áreas de recreación. En un centro de entrenamiento naval en California, los trabajadores disfrutaban más hablar con los compañeros con que tropezaban más a menudo. En la universidad en donde enseño, los estudiantes hombres y mujeres antes vivían en lados opuestos del campus. De manera comprensible lamentaban la escasez de amistades entre los dos sexos. Ahora que ocupan áreas diferentes de los mismos dormitorios y comparten los mismos pasillos, salones y lavanderías, la amistad entre los dos sexos es mucho más frecuente. Así, si usted es nuevo en la ciudad y desea hacer amigos, trate de obtener un departamento cercano a los buzones, un escritorio en la oficina cerca de la cafetera, un cajón de estacionamiento cerca de los edificios principales. Ésta es la arquitectura de la amistad.
Compañeros de dormitorio universitarios asignados al azar, quienes por supuesto difícilmente pueden evitar la interacción frecuente, tienen una probabilidad mucho mayor de volverse buenos amigos que enemigos.
Pero, ¿por qué la proximidad fomenta el agrado? Un factor es la disponibilidad de las personas cercanas; obviamente, hay menores oportunidades de llegar a conocer a alguien que asiste a una escuela diferente o vive en otra ciudad. Pero hay más que eso; a la mayoría de las personas les gustan sus compañeros de dormitorio o los que viven en la puerta de junto más que los que viven a dos puertas de distancia. Después de todo, aquellos que viven a unas cuantas puertas de distancia, o incluso en el piso de abajo, difícilmente viven a una distancia inconveniente. Más aún, aquellos que están cerca son enemigos potenciales al igual que amigos. Así, ¿por qué la proximidad alienta el afecto más a menudo que la animadversión?
Anticipación de la interacción
Ya hemos señalado una respuesta: la proximidad posibilita a las personas descubrir cosas en común e intercambiar recompensas. Lo que es más, la simple anticipación de la interacción fomenta el agrado. John Darley y Ellen Berscheid (1967) descubrieron esto cuando les dieron a mujeres de la Universidad de Minnesota información ambigua acerca de otras dos mujeres, con una de las cuales esperaban conversar íntimamente. Cuando se les preguntó cuánto les agradaba cada una, las mujeres prefirieron a la persona que esperaban conocer. La expectativa de salir a una cita con alguien fomenta de la misma manera el agrado.
¿Esto ocurre debido a que la anticipación de la interacción con alguien crea un sentimiento de que los dos son un grupo? ¿0 la anticipación de la interacción nos estimula a percibir a la otra persona como agradable y compatible, maximizando la oportunidad de una relación recompensante? Probablemente, ambas. Pero aun si no es así, esto parece mucho más claro: el fenómeno es adaptativo. Nuestras vidas están llenas de relaciones con personas a quienes puede ser que no hayamos elegido pero con quienes necesitamos tener interacciones continuas: compañeros de dormitorio, abuelos, profesores, compañeros de clase, compañeros de trabajo. El que nos agraden estas personas seguramente conduce a mejores relaciones con ellos, lo que a su vez se convierte en una vida más feliz y productiva.
Simple exposición
La proximidad también conduce al agrado por otra razón: más de 200 experimentos revelan que, contrario al antiguo proverbio respecto a que la familiaridad fomenta el desdén, la familiaridad fomenta el afecto. La simple exposición repetida a toda clase de estímulos novedosos —sílabas sin sentido, caracteres chinos, selecciones musicales, rostros— incrementa las estimaciones de éstos por parte de las personas.
Muchos residentes de Grand Rapids, Michigan, no se mostraron complacidos cuando se les presentó la nueva marca del centro de la ciudad, una enorme escultura de metal creada por el artista Alexander Calder. ¿Su reacción? "Una abominación"," una vergüenza", "un desperdicio de dinero". Otras personas fueron neutrales; pocos se entusiasmaron. Pero después de una década la escultura se convirtió en objeto de orgullo cívico: su fotografía adorna cheques de banco, carteles de la ciudad y folletos turísticos. Cuando se terminó, en 1889, la torre Eiffel de París fue ridiculizada por considerarla grotesca. En la actualidad es el amado símbolo de París. Estos cambios hacen que uno se pregunte acerca de las reacciones iniciales de las personas ante cosas nuevas. ¿Los visitantes del Louvre en París adoran en realidad a la Mona Lisa o simplemente disfrutan de encontrar un rostro familiar? Podría ser ambos: conocerla es quererla.
Pero, usted puede objetar que en realidad uno llega a conocer a algunas personas sólo para que nos desagraden, o que algunos estímulos pierden su atractivo cuando son sobreexpuestos. Una nueva canción que llega a gustarle puede, después de escucharla 100 veces, volverse aburrida. Para que funcione el principio de que "la exposición fomenta el agrado" ésta debe ser dosificada. Primero, las repeticiones no sólo disminuyen el efecto positivo, sino que en ocasiones pueden finalmente convertirlo en negativo. Este efecto negativo parece especialmente probable cuando las reacciones iniciales de las personas ante el estímulo ya son negativas, más que neutrales o positivas. Segundo, las respuestas positivas disminuyen cuando las repeticiones son incesantes en lugar de distribuirse entre otras experiencias. Tercero, con personas propensas al aburrimiento o estímulos aburridos, las exposiciones repetidas no fomentan el agrado. Por último, el efecto de exposición, como muchas otras influencias sobre nosotros, es modesto; debido a que sólo es uno entre muchas influencias, por sí solo no vencería sentimientos intensos provenientes de otras fuentes.
Usted probablemente puede recordar de inmediato que algo o alguien le gusta o le disgusta sin saber de manera consciente por qué. Zajonc (1980) argumenta que las emociones a menudo son más instantáneas, más primitivas, que el pensamiento. Los sentimientos de temor o de prejuicio no siempre son expresiones de creencias estereotipadas; en ocasiones las creencias surgen después como justificaciones para sentimientos intuitivos.
¿Qué causa esta relación familiaridad-agrado? Algunos creen que surge de una "neofobia" natural, la tendencia adaptativa a ser cauteloso con lo desconocido hasta que aprendemos que no es peligroso. Los animales también prefieren los estímulos familiares sobre los desconocidos y se acercan a las situaciones nuevas con extrema precaución.
Como quiera que se explique, el fenómeno colorea nuestras evaluaciones de los demás. Nos gustan más las personas conocidas. Incluso nosotros nos agradamos más cuando nos vemos de la manera en que estamos acostumbrados a vernos.
Los publicistas y políticos explotan el fenómeno de la simple exposición. Cuando las personas no tienen sentimientos intensos respecto a un producto o un candidato, la sola repetición puede aumentar las ventas o los votos. Si los candidatos son relativamente desconocidos, como sucede con frecuencia en las elecciones para el Congreso, en las presidenciales primarias y en las locales, por lo general ganan aquellos que más se exponen en los medios masivos de comunicación. Joseph Grush y sus colegas (1978) analizaron exhaustivamente las elecciones primarias para el Congreso de los Estados Unidos de 1972. Encontraron que, de forma abrumadora, quienes ganaron fueron los titulares de la cámara o los grandes gastadores —un fenómeno que se repitió en las elecciones para el Congreso de los Estados Unidos de 1988, en las cuales el 98 por ciento de los titulares de la Cámara ganaron sus reelecciones—. Incluso en debates presidenciales, el aspirante menos conocido tiene más que ganar que el titular ya conocido. Como lo manifiesta un manual de campaña política: ‘la repetición fomenta la familiaridad y la familiaridad fomenta la confianza" (Meyer, 1966).
El respetado Magistrado en Jefe de la Suprema Corte en el estado de Washington, Keith Callow, aprendió esta lección después de perder en 1990 ante un oponente nominal, el, según sus propias palabras, "abogado obrero", Charles Johnson. Johnson, un abogado desconocido que manejaba casos criminales menores y divorcios, se postuló para el cargo con el principio de que los jueces "necesitan ser desafiados". Ningún candidato hizo campaña y los medios masivos de comunicación ignoraron la carrera. El día de las elecciones los nombres de ambos candidatos aparecieron sin ninguna identificación -sólo un nombre junto al otro—. El resultado: la victoria de Johnson por un 53 por ciento contra un 47 por ciento. "Hay muchos más Johnson que Callow", expresó después el juez desbancado ante una comunidad legal sorprendida. En efecto, un periódico de Seattle contó 27 Charle Johnson sólo en Seattle. Estaba Charles Johnson, el juez del condado King, y en Tacoma estaba el presentador de televisión Charles Johnson, cuyos programas eran vistos en la televisión por cable en todo el estado. Forzados a elegir entre dos nombres desconocidos, muchos votantes aparentemente prefirieron el nombre familiar y cómodo de Charlie Johnson.
ATRACCIÓN FÍSICA
¿Qué busca (o buscó) en un novio potencial? ¿Sinceridad? ¿Buena apariencia? ¿Carácter? ¿Capacidad de conversación? Las personas sofisticadas e inteligentes no se preocupan por cualidades superficiales como la buena apariencia; saben que "la belleza es sólo del grosor de la piel" y que "no puedes juzgar un libro por su portada". Al menos saben que así es como ellos se deben sentir. Como aconsejó Cicerón: "El bien último y el supremo deber del hombre sabio es resistir la apariencia."
La creencia de que la apariencia importa poco puede ser otro ejemplo de nuestra negación de las influencias reales que nos afectan, porque ahora hay todo un archivero lleno de estudios de investigación que muestran que la apariencia sí importa. La consistencia y penetración de este efecto es asombrosa, incluso desconcertante. La buena apariencia es una gran ventaja.
Citas
Nos guste o no, el hecho es que el atractivo físico de una mujer joven es un predictor moderadamente bueno de la frecuencia con que la invitan a salir. El atractivo de un hombre joven es un predictor ligeramente menor de la frecuencia con que sale. ¿Esto implica, como muchos han supuesto, que las mujeres son mejores para seguir el consejo de Cicerón? ¿O simplemente refleja el hecho de que los hombres son los que más a menudo hacen la invitación? Si las mujeres indicaran sus preferencias entre varios hombres, ¿la apariencia sería tan importante para ellas como para los hombres? El filósofo Bertrand Russell pensó que no: "En general las mujeres tienden a amar a los hombres por su carácter, mientras que los hombres tienden a amar a las mujeres por su apariencia."
Para ver si en efecto los hombres son más influidos por las apariencias, los investigadores proporcionaron a estudiantes, hombres y mujeres, varios fragmentos de información acerca de alguien del otro sexo, incluyendo su fotografía. O fueron presentados brevemente a un hombre y a una mujer y después se les preguntó su interés por salir con el otro. En dichos experimentos, los hombres valoraron más el atractivo físico del sexo opuesto que las mujeres. Quizá por sentir esto, las mujeres se preocupan más que los hombres respecto a su apariencia y constituyen el 90 por ciento de los pacientes de los cirujanos plásticos. Pero ellas también responden a la apariencia del hombre.
En un estudio ambicioso, Elaine Hatfield y sus colaboradores (1966) formaron parejas por medio de la computadora con 752 estudiantes de primer año de la Universidad de Minnesota para un baile de la "Semana de Bienvenida". Los investigadores aplicaron a cada uno pruebas individuales de personalidad y de aptitudes pero luego formaron las parejas al azar. En la noche del baile, las parejas bailaron y platicaron durante dos horas y media y luego tuvieron un breve descanso para evaluar a sus parejas. ¿Qué tan bien habían predicho la atracción las pruebas de personalidad y de aptitudes? ¿Alguien con alta autoestima, o bajo en ansiedad, o era diferente en la sociabilidad y le agradó más? Los investigadores examinaron una larga lista de posibilidades, pero hasta donde pudieron determinar, sólo una cosa importó: el atractivo físico de la persona. Cuanto más atractiva era una mujer, según los experimentadores y, sobre todo, según la pareja, más les gustaba y deseaban volver a salir con ella. Y cuanto más atractivo era el hombre, más le agradaba a su pareja y deseaba volver a salir con él. La belleza agrada.
Así, después de una cita breve, agradan más las personas físicamente atractivas. Efectos similares del atractivo -sea autodescrito o fotografiado o en videograbación— se encuentran en las respuestas a los servicios comerciales de citas, como los anuncios de corazones solitarios en las revistas para solteros. Pero no todos pueden terminar emparejados con alguien de sorprendente atractivo. De modo que, ¿cómo forman pareja las personas?
El fenómeno de formar pareja
A juzgar por la investigación de Bernard Murstein (1986) y otros, se hace pareja con personas que son casi tan atractivas como uno. Varios estudios han encontrado una correspondencia fuerte entre el atractivo de esposos y esposas, de parejas de novios e incluso de aquellos dentro de fraternidades particulares. Las personas tienden a seleccionar como amigos y sobre todo a casarse con aquellos que son una "buena pareja" no sólo en su nivel de inteligencia sino también en su nivel de atractivo.
Los experimentos confirman este fenómeno de formar pareja. Cuando eligen a quién acercarse, sabiendo que el otro es libre de decir sí o no, las personas por lo general se acercan a alguien cuyo atractivo es aproximadamente igual al suyo. Las buenas parejas físicas también pueden conducir a buenas relaciones, como encontró Gregory White (1980) en un estudio de parejas de novios de la UCLA. Aquellos más similares en atractivo físico tuvieron una probabilidad mayor, nueve meses más tarde, de enamorarse más profundamente. Así, de quiénes podríamos esperar que formaran pareja más por el atractivo: ¿las parejas de casados o las parejas que salen esporádicamente? White encontró, al igual que otros investigadores, que las parejas de casados forman mejor pareja.
Quizá esta investigación lo incite a pensar en parejas felices que no son de atractivo parecido. En tales casos, la persona menos atractiva a menudo tiene cualidades compensatorias. Cada pareja trae ventajas al mercado social y el valor de las respectivas ventajas crea una pareja equitativa. Los anuncios personales exhiben este intercambio de ventajas. Los hombres típicamente ofrecen posición y buscan atractivo; las mujeres con mayor frecuencia hacen lo contrario: "Mujer atractiva y brillante, de 38 años, esbelta, busca hombre profesional afectuoso." El proceso de intercambio social ayuda a explicar por qué las mujeres jóvenes hermosas a menudo se casan con hombres cuya posición social excede a la suya. El príncipe Carlos no era el hombre más guapo que hubieran visto los ojos de lady Diana Spencer, pero ciertamente era rico, poderoso y con gran prestigio.
Algunos estudiosos temen que, al describir el mercado romántico de esta manera, los investigadores puedan fomentar un enfoque calculador de autoservicio de las relaciones: si tu pareja sube de peso .o se arruga o si Uno se vuelve famoso y rico, ¿por qué no desechar a la pareja para conseguir a otra dé mayor valor? "No debería sorprender si una orientación de mercado para las citas y la formación de parejas va de la mano con un incremento en el índice de divorcios", advierten Michael y Lise Wallach. "Para una orientación así sería no sólo natural, después de todo, permanecer en la búsqueda de algún trato mejor... una oportunidad de intercambiar para mejorar."
El estereotipo de la atracción física
¿Los beneficios de ser bien parecido surgen por completo de la atracción sexual? Es obvio que no. Gran parte de los adultos se inclinan hacia los adultos atractivos y los niños pequeños se inclinan hacia los niños atractivos. A juzgar por la cantidad de tiempo que observan a alguien, incluso los bebés prefieren rostros atractivos. Los adultos muestran una inclinación similar cuando juzgan a los niños. Margaret Clifford y Elaine Hatfield mostraron a profesores de quinto grado de Missouri información idéntica acerca de un niño o una niña pero con la fotografía de un niño atractivo o no atractivo anexa. Los profesores percibieron al niño atractivo como más inteligente y exitoso en la escuela. Piense en usted como un supervisor de patio de juegos teniendo que disciplinar a un niño revoltoso. ¿Podría usted, como las mujeres de la Universidad de Minnesota estudiadas por Karen Dion (1972), darle menos el beneficio de la duda a un niño no atractivo? La triste verdad es que, hasta que se muestre lo contrario, la mayoría de nosotros asumimos lo que podríamos llamar un "efecto Bart Simpson": que los niños feúchos son menos capaces y competentes socialmente que sus compañeros bonitos.
Lo que es más, asumimos que las personas bellas, aunque sean del mismo sexo, poseen ciertos rasgos deseables. Siendo iguales otras cosas, suponemos que las personas bonitas son más felices, más sociables y más exitosas, aunque no más honestas o interesadas por los demás. No sólo una sonrisa hace más atractivo un rostro sino que un rostro atractivo hace que una sonrisa parezca más segura de sí misma y la persona parece de posición más alta.
Sumados, los hallazgos definen un estereotipo del atractivo físico: lo que es hermoso es bueno. Los niños aprenden bastante rápido el estereotipo. Blanca Nieves y Cenicienta son hermosas —y amables—. La bruja y las hermanastras son feas —y malvadas—. Como lo planteó una niña de preescolar cuando se le preguntó qué significaba ser bonita: "Es como ser una princesa. Todos te aman"
Si el atractivo físico es así de importante, entonces el atractivo permanentemente cambiante de las personas debe cambiar la manera en que los demás reaccionan a ellas. Pero, ¿es ético alterar la apariencia de alguien? En los Estados Unidos, tales manipulaciones son ejecutadas millones de veces al año por cirujanos plásticos y ortodoncistas. Con los dientes y la nariz enderezados, el cabello repuesto y teñido, y el rostro estirado, ¿puede encontrar la felicidad una persona insatisfecha consigo misma?
La mayoría de nosotros —al menos aquellos de nosotros que no hemos experimentado alteraciones bruscas de nuestra apariencia física— podemos seguir creyendo que nuestro nivel de atractivo físico desempeña un papel menor en la manera en que somos tratados por los demás. Sin embargo, para aquellos que en realidad han experimentado cambios rápidos en la apariencia, es difícil continuar negando y minimizando la influencia del atractivo físico en sus propias vidas: y el hecho puede ser perturbador, aun cuando los cambios sean para mejorar.
Decir que el atractivo es importante, siendo iguales otras cosas, no quiere decir que la apariencia física siempre sea superior a otras cualidades. El atractivo probablemente afecta más a las primeras impresiones. Pero éstas son importantes —y su importancia lo está siendo más conforme la sociedad se vuelve más móvil y urbanizada y los contactos con las personas se vuelven más fugaces—.
Más aún, aunque los entrevistadores pueden negarlo, el atractivo y el arreglo afecta las primeras impresiones en las entrevistas de trabajo. Esto ayuda a explicar por qué las personas atractivas tienen trabajos más prestigiados, hacen más dinero y se describen a sí mismas como más felices. Patricia Roszell y sus colegas (1990) observaron el atractivo de una muestra nacional de canadienses a quienes sus entrevistadores los habían estimado en una escala del 1 (feúcho) al 5 (notablemente atractivo). Encontraron que por cada unidad de escala adicional de atractivo estimado, las personas ganaban, en promedio, $1988 adicionales. Irene Hanson Frieze y sus asociados (1991) hicieron el mismo análisis con 737 graduados de maestría después de estimarlos en una escala similar del 1 al 5 usando fotografías de los anuarios escolares. Por cada unidad de escala adicional de atractivo estimado, los hombres ganaban $2.600 más y las mujeres ganaban $2.150 más.
¿Es preciso el estereotipo?
¿Las personas hermosas en efecto tienen rasgos deseables? ¿O estaba en lo correcto León Tolstoi cuando escribió que es "una extraña ilusión... suponer que la belleza es bondad"? Hay una pizca de verdad en el estereotipo. Los niños y adultos jóvenes atractivos tienden a tener una autoestima ligeramente más alta y menos trastornos psicológicos. Son más asertivos, aunque también se cree que son más egoístas. No son ni más ni menos capaces desde el punto de vista académico (contrario al estereotipo negativo de que "es una constante que la belleza y el cerebro duren igual"). Sin embargo, son algo más refinados socialmente. William Goldman y Philip Lewis (1977) demostraron esto al hacer que 60 hombres de la Universidad de Georgia llamaran por teléfono y hablaran durante cinco minutos con cada una de tres estudiantes mujeres. Aunque los compañeros telefónicos no se veían, los hombres y las mujeres estimaron a aquellos que resultaron ser los más atractivos como algo más hábiles y agradables socialmente.
Con seguridad estas pequeñas diferencias promedio entre las personas atractivas y las no atractivas resultan de profecías que se cumplen a sí mismas. Las personas atractivas son valoradas y favorecidas, de modo que muchas desarrollan más seguridad social en sí mismas. (Usted puede recordar un experimento en el capítulo 2 en el que los hombres producían una respuesta cálida en mujeres que no veían y las que pensaban que eran atractivas.) Para este análisis, lo que es crucial para su habilidad social no es cómo se ve sino cómo las personas lo tratan y la manera en que se siente respecto a sí mismo —si se acepta, se agrada y se siente cómodo consigo mismo—.
A pesar de todas las ventajas de ser hermoso, los investigadores de la atracción, Elaine Hatfield y Susan Sprecher, reportan que también hay una verdad fea respecto a la belleza. Las personas excepcionalmente atractivas pueden sufrir avances sexuales indeseados de los del otro sexo y resentimiento de aquellos de su propio sexo. Pueden sentirse inseguros de si los demás responden a sus cualidades interiores o sólo a su apariencia, la cual está destinada a desvanecerse con el tiempo. Otros pueden considerarlos vanos y sexualmente infieles. Más aún, si pudieran depender de su apariencia, tal vez tendrían menos motivos para desarrollarse en otros aspectos.
¿Quién es atractivo?
He descrito el atractivo como si se tratara de una cualidad objetiva como la estatura, de la cual algunas personas tienen más, algunas menos. Estrictamente hablando, el atractivo es cualquier cosa que las personas de cualquier lugar y tiempo encuentren atractivo. Esto, por supuesto, varía. Los patrones de belleza con los que se juzga a Miss Universo difícilmente se aplican al planeta entero. Entre los afroamericanos, la definición de belleza ha variado. Históricamente ha habido una preferencia intensa por las características finas (ejemplificada por la cirugía plástica de la nariz de Michael Jackson) y la piel blanca (ejemplificada cuando Vanessa Williams se convirtió en la primera mujer negra nombrada Miss América). Pero el movimiento "el negro es hermoso" de las décadas de 1960 y 1970 cuestionó y debilitó los patrones blancos del atractivo. Aun en un determinado lugar y tiempo, las personas (por fortuna) no concuerdan respecto a quién es atractivo y quién no lo es.
Pero también hay algún acuerdo. Por lo general, el "atractivo" facial y las características corporales no se desvían de manera drástica del promedio. Las personas perciben las narices, piernas o estaturas que no son ni tan grandes ni tan pequeñas como relativamente atractivas. Judith Langlois y Lori Roggman (1990) mostraron esto digitalizando los rostros de 32 estudiantes universitarios y usando una computadora para promediarlos. Los estudiantes juzgaron los rostros compuestos como más atrayentes que el 96 por ciento de los rostros individuales. De modo que, en algunos aspectos, el promedio perfecto es sorprendentemente atractivo. Lo que hace atractivo a un rostro depende de alguna manera del sexo de quien juzga. Consistente con el hecho de que históricamente los hombres han tenido un mayor poder social, las personas juzgan a las mujeres más atractivas si tienen características como "cara de bebé", tales como ojos grandes, que sugiere ausencia de dominación. Los hombres parecen más atractivos cuando sus rostros —y sus conductas— sugieren madurez y dominación. De manera curiosa, entre los homosexuales estas preferencias tienden a invertirse: muchos hombres homosexuales prefieren a hombres con cara de bebé y las lesbianas parecen no mostrar la preferencia usual por las mujeres con ese tipo de cara. Con esta excepción, reporta Michael Cunningham (1991), las personas en todo el mundo muestran un notable acuerdo respecto a las características de un rostro masculino y un rostro femenino ideales al juzgar a cualquier grupo étnico.
El punto de vista evolutivo
Los psicólogos que trabajan desde una perspectiva evolutiva explican estas diferencias de género en términos de estrategia reproductiva. Asumen que la evolución predispone a los hombres a favorecer las características femeninas que implican juventud y salud —y por consiguiente un buen potencial reproductivo—. Y asumen que las mujeres favorecen los rasgos masculinos que significan una capacidad para proporcionar y proteger los recursos. David Buss (1987) nos invita a considerar un mundo donde esto no fuera así, un mundo donde "los hombres no expresaran preferencia por las claves de apariencia física que se correlacionan con la capacidad reproductiva femenina". Estos hombres en ocasiones harían pareja con mujeres que ya no fueran fértiles y así "no se convertirían en ancestros de nadie". Por tanto, si una preferencia por mujeres que parecen jóvenes y fértiles tiene una base genética aunque sea ligera, entonces a lo largo del tiempo tales preferencias "necesariamente evolucionarían".
Asumen que los hombres que prefieren mujeres de apariencia fértil dejan más descendencia que los hombres que prefieren mujeres de apariencia infértil. Esto, cree Buss (1989), explicaría por qué los hombres que estudió en 37 culturas —desde Australia hasta Zambia— en efecto prefieren características femeninas que significan capacidad reproductiva. Douglas Kenrick y Richard Keefe (1992) creen que esto explica además por qué los hombres mayores en todo el mundo prefieren a mujeres más jóvenes. Y Thomas Alley y Michael Cunningham (1991) creen que explica por qué en algunos aspectos lo más atractivo no es el promedio perfecto sino características corporales como una piel suave que sugiere, mejor que el promedio, mayor salud y fertilidad.
Por los mismos mecanismos evolutivos, se dice que las mujeres prefieren a los hombres cuyos rasgos y recursos sugieren una contribución potencial máxima para su descendencia. Por tanto, las claves de posición, ambición y dominación son más importantes para las mujeres que para los hombres. Esto explica por qué las mujeres físicamente atractivas tienden a casarse con hombres de posición elevada y por qué los hombres compiten con tanta determinación para alcanzar fama y fortuna. O al menos así lo suponen los psicólogos evolucionistas.
El atractivo es relativo
Lo que es atractivo para usted también depende de a qué se haya adaptado. Douglas Kenrick y Sara Gutierres (1980) hicieron que cómplices varones interrumpieran a hombres de la Universidad Estatal de Montana en sus dormitorios y explicaron: "Tenemos un amigo que va a venir a la ciudad esta semana y deseamos concertarle una cita, pero no podemos decidimos si concertársela con ella o no, así que decidimos realizar una encuesta. . . Queremos que nos des tu voto respecto a cuán atractiva piensas que es ella. . . en una escala del 1 al 7." Cuando se les mostró una fotografía de una joven promedio, aquellos que habían estado viendo a tres mujeres hermosas en la serie de televisión Los ángeles de Charlie la estimaron menos atractiva que aquellos que no veían el programa en ese momento.
Experimentos de laboratorio confirman este "efecto de contraste". Para los hombres que habían visto recientemente los desplegados centrales de revistas masculinas, las mujeres promedio —o incluso sus propias esposas— les parecieron menos atractivas. Ver películas pornográficas simulando sexo apasionado disminuye del mismo modo la insatisfacción con la propia pareja (Zillmann, 1989). La activación sexual puede hacer que, temporalmente, una persona del otro sexo parezca más atractiva. Pero el efecto residual de la exposición a "10" perfectos, o las descripciones sexuales irreales, hace que la propia pareja parezca menos atrayente —más un "5" que un "8"—. Funciona de la misma manera con nuestras autopercepciones. Después de ver a una persona superatractiva del mismo sexo, las personas se sienten menos atractivas que después de ver a una persona fea.
Podemos concluir nuestra discusión del atractivo con una nota alentadora. No sólo percibimos a las personas atractivas como agradables, sino que también percibimos a las personas agradables como atractivas. Quizá recuerde a individuos que, conforme llegaban a agradarle, se volvían más atractivos, sin ser ya notorias sus imperfecciones físicas. Alan Gross y Christine Crofton (1977) hicieron que estudiantes de la Universidad de Missouri-St. Louis vieran la fotografía de alguien después de leer una descripción favorable o desfavorable de la personalidad del individuo. Cuando era descrito como amable, servicial y considerado, las personas lo veían más atractivo. Descubrir el parecido de alguien con nosotros también hace que la persona parezca más atractiva. Más aún, el amor ve belleza: cuanto más enamorada está una mujer de un hombre, más atractivo físicamente lo encuentra. Y cuanto más enamoradas están las personas, menos atractivas encuentran a todas las demás del sexo opuesto. "El prado puede ser más verde del otro lado’; señalan Rowland Miller y Jeffry Simpson (1990), "pero es menos probable que lo noten los jardineros felices". Parafraseando a Benjamin Franklin, cuando Jill está enamorada encuentra a Jack más guapo que sus amigos.
SIMILARIDAD VERSUS COMPLEMENTARIEDAD
De nuestra discusión hasta aquí, uno podría suponer que León Tolstoi estaba completamente en lo correcto: "El amor depende... de encuentros frecuentes, y del estilo en que se lleva el cabello, y del color y corte del vestido." Sin embargo, conforme las personas se llegan a conocer una a otra, influyen otros factores para que el conocimiento se pueda transformar en una amistad. Por tanto, el agrado inicial de las personas entre sí, después de la primera semana de vivir en la misma casa de huéspedes no predice muy bien su agrado final cuatro meses después. Su semejanza, sin embargo, lo hace.
¿Los pájaros de las mismas plumas vuelan juntos?
De esto podemos estar seguros: los que se juntan son de la misma camada. Amigos, las parejas comprometidas y los cónyuges tienen una probabilidad mucho mayor que las personas emparejadas al azar de compartir actitudes, creencias y valores comunes. Además, entre las parejas de casados, cuanto mayor es la similaridad entre el esposo y la esposa, son más felices, es menos probable que se divorcien y son menos cambiantes sus personalidades. Estos hallazgos correlacionales son intrigantes, pero la causa y el efecto siguen siendo un enigma. ¿La semejanza conduce al agrado? ¿El agrado lleva a la semejanza? ¿O una actitud semejante y el agrado surgen ambos de algún tercer factor, como un antecedente cultural común?
La semejanza engendra agrado
Para discernir la causa y el efecto, experimentamos. Imagínese que en una fiesta en el campus, Laura se enfrasca en una larga discusión de política, religión y gustos y disgustos personales con Les y Larry. Ella y Les descubren que están de acuerdo en casi todo, ella y Larry en pocas cosas. Después, ella reflexiona: "Les es realmente inteligente, y también es agradable. Espero verlo de nuevo." En experimentos, Dorm Byrne (1971) y sus colegas capturaron la esencia de la experiencia de Laura. Una y otra vez encontraron que cuanto más similares son las actitudes de alguien a las propias, más agradable se encuentra a la persona. Esta relación de "la semejanza conduce al agrado" es válida no sólo para los estudiantes universitarios sino también para los niños y los ancianos, personas de varias ocupaciones, y aquellos de diversas nacionalidades. Lo que importa no sólo es el número de actitudes similares expresadas por la otra persona, sino la proporción: nos gusta más alguien que comparte nuestras opiniones en 4 de 6 temas que alguien que concuerda en 8 de 16.
Este efecto de "acuerdo" ha sido probado en situaciones de la vida real observando quién llega a agradarle a quién. En la Universidad de Michigan, Theodore Newcomb (1961) estudió a dos grupos de 17 estudiantes hombres transferidos que no se conocían. Después de 13 semanas de vivir juntos en una casa de huéspedes, aquellos cuyo acuerdo fue inicialmente mayor tuvieron una probabilidad mayor de formar amistades cercanas. Un grupo de amigos estaba compuesto de cinco estudiantes liberales de artes, cada uno de los cuales era un liberal político con intensos intereses intelectuales. Otro estaba formado por tres veteranos conservadores que habían estado inscritos en el colegio de ingeniería. La semejanza fomenta el contento.
Debido a que lçs hombres que vivían en la casa de huéspedes pasaban mucho tiempo fuera de la casa, tomó un poco de tiempo que los iguales se atrajeran. William Criffitt y Russell Veitch (1974) redujeron el proceso de conocerse confinando a 13 hombres que no se conocían en un refugio antiatómico. (Los hombres fueron voluntarios pagados.) Conociendo las opiniones de los hombres respecto a varias cuestiones, los investigadores pudieron predecir con una precisión mayor que el azar quién le agradaría más y quién le desagradaría más a cada uno. Igual que en la casa de huéspedes, a los hombres les agradaron más quienes más se parecían a ellos.
Como todas las generalizaciones, el principio de la atracción por semejanza necesita restringirse. Primero, cuando se nos hace sentir como un miembro sin rostro de una multitud homogénea, nos gusta asociarnos con personas que restauran nuestro sentimiento de ser especiales. Segundo, la semejanza en ocasiones divide a las personas —cuando compiten por resultados escasos, tales como trabajos o calificaciones en una clase calificada por curva—. Tercero, el tipo de semejanza hace una diferencia. La semejanza importa más en cuestiones importantes; nos agradan las personas que comparten nuestros ideales. Y mientras nos gustan más aquellas personas que comparten nuestras actividades preferidas, respetamos más a aquellas que comparten nuestras actitudes. Por último, la semejanza es relativa: simplemente ser del mismo país es suficiente para fomentar el afecto mutuo cuando se es un estudiante extranjero o turista. En la ciudad escocesa en donde residí mientras escribía esto, los estadounidenses que en los Estados Unidos tenían poco en común, se saludaban a menudo como viejos amigos.
No obstante, las actitudes similares son una fuente poderosa de atracción. Los pájaros de las mismas plumas vuelan juntos. De seguro ha notado esto al descubrir a alguien especial que comparte sus ideas, valores y deseos, un amigo del alma a quien le gusta la misma música, las mismas actividades, incluso las mismas comidas que a usted.
El agrado engendra semejanza percibida
Como mencionamos antes, funciona también exactamente de manera contraria:
aquellos que se juntan se perciben a sí mismos como de la misma camada. Los votantes sobrestiman el grado en que sus candidatos comparten sus puntos de vista. Los hombres que se sienten inclinados desde el punto de vista romántico hacia una mujer sobrestiman la semejanza de sus ideas e intereses con las propias. Incluso la atracción que surge de la simple exposición a fotografías de ciertos rostros es suficiente para producir la percepción de que aquellas personas agradables son similares a uno mismo. Como sugiere la figura 12-4, tales percepciones pueden entonces reforzar nuestro agrado por una persona. Los extraños a los que se les haga pensar que son similares (lo sean o no) hablarán tan íntimamente como amigos, lo que a su vez puede llevar a que en realidad se vuelvan amigos.
La diferencia fomenta el desagrado
Nosotros tenemos un sesgo —el "sesgo del falso consenso"— hacia asumir que los demás comparten nuestras actitudes. Cuando descubrimos que las actitudes de una persona son diferentes, ésta nos puede desagradar. Los demócratas de Iowa entrevistados en un estudio no fueron tan indulgentes con otros demócratas como desdeñosos de los republicanos. Por consiguiente, el grado en que las personas perciban a aquellos de otra raza como semejantes o diferentes ayuda a determinar las actitudes raciales. Cuando las personas percibían a los judíos o a los indios americanos como una especie de vida inferior, el genocidio no venía muy atrás. Siempre que un grupo de personas considere a otro como "otro" —como criaturas que hablan diferente, viven diferente, piensan diferente— existe un elevado potencial para la opresión. Los opuestos se atacan. De hecho, excepto en las relaciones intimas, como el noviazgo, por ejemplo, la percepción de pensamientos parecidos parece ser más importante para la atracción que pieles parecidas. La mayoría de los blancos expresan más agrado por un negro que piense de manera semejante a ellos, y disposición para trabajar con él, que con un blanco que piense de manera distinta. Sin embargo, el "racismo cultural" persiste, argumenta James Jones (1988), debido a que las diferencias culturales son un hecho de la vida. La cultura negra tiende a ser orientada hacia el presente, expresiva, espiritual e impulsada por las emociones. La cultura blanca tiende a ser más orientada hacia el futuro, individualista, materialista e impulsada por el logro, y juzga a las personas en consecuencia. En lugar de tratar de eliminar estas diferencias, dice Jones, podríamos apreciar mejor con lo que ellos "contribuyen a la trama cultural de una sociedad multicultural". Hay situaciones en las que la expresividad es ventajosa y otras en que la orientación hacia el futuro es ventajosa. Cada cultura tiene mucho que aprender de la otra. Y en países donde la migración y los diferentes índices de natalidad multiplican la diversidad, un desafío importante es educar a las personas para respetar y disfrutar de aquellos que son diferentes.
¿Los opuestos se atraen?
Pero, ¿no somos atraídos también por personas que en cierta forma son diferentes e de nosotros, diferentes en formas que complementan nuestras propias características? Los investigadores han explorado esta cuestión comparando no sólo las actitudes y creencias de amigos y cónyuges sino también su edad, religión, raza, tabaquismo, nivel económico, educación, estatura, inteligencia y apariencia. En todas estas formas y más, todavía prevalece la semejanza. Las aves inteligentes vuelan juntas. Así lo hacen las aves ricas, las aves protestantes, las aves altas, las aves bonitas.
Aún así nos resistimos: ¿no somos atraídos por personas cuyas necesidades y personalidades complementen a las nuestras? ¿Se desarrollaría una relación gratificante del encuentro de un sádico y un masoquista? Incluso el Reader’s Digest nos dice que "los opuestos se atraen. . . los sociables hacen pareja con solitarios, los amantes de lo novedoso con aquellos a quienes disgusta el cambio, los gastadores con los tacaños, los arriesgados con los muy cautelosos". El sociólogo Robert Winch (1958) razonó que las necesidades de alguien que es sociable y dominante se complementarían de manera natural con las de alguien que es tímido y sumiso. La lógica parece aplastante y la mayoría de nosotros podemos pensar en parejas que ven sus diferencias como complementarias: "Mi esposo y yo somos perfectos el uno para el otro. Yo soy acuario —una persona decisiva—. Él es libra —no puede tomar decisiones—. Pero él siempre está feliz de estar de acuerdo con los acuerdos que tomo."
Dada la persuasividad de la idea, la incapacidad de los investigadores para confirmarla es asombrosa. Por ejemplo, la mayoría de las personas se sienten atraídas por personas expresivas y sociables. ¿Sucederá así en especial cuando uno tiene ideas negras? ¿Las personas deprimidas buscan a aquellos cuya alegría los animará? Por el contrario, son las personas felices las que más prefieren la compañía de personas felices. Cuando usted se siente triste no le atrae la personalidad chispeante de otro. El efecto de contraste que hace que las personas promedio se sientan feúchas en compañía de personas bonitas también hace que las personas tristes estén más conscientes de su tragedia en compañía de personas alegres.
Alguna complementariedad puede surgir conforme progresa una relación (aun una relación entre dos gemelos idénticos). Pero al parecer las personas son ligeramente más propensas a casarse con aquellos cuyas necesidades y personalidades son similares. Quizá todavía descubriremos algunas maneras (distintas a la heterosexualidad) en las que las diferencias comúnmente fomenten el agrado. Pero el investigador David Buss (1985) lo duda: "La tendencia de los opuestos a casarse o a formar pareja. . . nunca ha sido demostrada de manera confiable, con la única excepción del sexo." De modo que parece que la regla de que "los opuestos se atraen", de ser cierta, es de importancia minúscula comparada con la tendencia poderosa de la atracción entre los semejantes.
NOS GUSTAN AQUELLOS A QUIENES LES GUSTAMOS
Con visión retrospectiva, el principio de recompensa explica nuestras conclusiones hasta aquí:
• La proximidad es recompensante. Cuesta menos tiempo y esfuerzo recibir los beneficios de la amistad con alguien que vive o trabaja cerca.
• Nos gustan las personas atractivas porque percibimos que ofrecen otros rasgos deseables y debido a que nos beneficiamos al asociarnos con ellas.
• Si otros tienen opiniones similares a las nuestras, nos sentimos recompensados porque suponemos que también les agradaremos a su vez. Más aún, quienes comparten nuestros puntos de vista nos ayudan a validarlos. Nos agradan sobre todo las personas si hemos tenido éxito en convertirlos a nuestro modo de pensar.
Si nos gustan aquellas personas cuya conducta es recompensante, entonces debemos adorar a aquellas a quienes les agradamos y nos admiran. Las mejores amistades deben ser sociedades de admiración mutua. ¿De hecho nos agradan aquellos a quienes nosotros les agradamos? Examinemos la evidencia.
Es cierto que nos agradan aquellos a quienes pensamos que les agradamos. Y también es verdad que presumimos que también les agradamos a quienes nos agradan. Pero quizá no es así. En el experimento de citas de la Semana de Bienvenida de la Universidad de Minnesota, cuánto le gustaba su pareja a un hombre no tenía relación con cuánto le agradaba él a ella. Con este desconcertante descubrimiento —anos imaginamos erróneamente que les agradamos a nuestros amigos?— David Kenny y William Nasby (1980) refinaron el método de investigación. Analizaron varias díadas para ver cómo la persona A se siente respecto a la persona B, en relación con la forma en que las otras personas se sienten respecto a B y en relación con la forma en que A se siente respecto a otras personas. Con bastante seguridad, el agrado relativo de una persona por otra predijo el agrado relativo de la otra en respuesta. El agrado fue mutuo.
Pero, ¿el agrado de una persona por otra causa que el otro regrese el aprecio? Los reportes de las personas de la manera en que se enamoraban sugiere que sí (Aron y cols., 1989). El descubrimiento de que le agradamos en realidad a alguien atractivo parece despertar sentimientos románticos. Y los experimentos lo confirman. Aquellos a quienes se dice que son admirados por otros, o que les son agradables sienten un afecto recíproco. Ellen Berscheid y sus colegas (1969) incluso encontraron que a los estudiantes de la Universidad de Minnesota les agradó más otro estudiante que dijo ocho cosas positivas sobre ellos que uno que dijo siete cosas positivas y una negativa. Somos sensibles al más ligero rastro de crítica. El escritor Larry L. King habla por muchos al señalar: "He descubierto a través de los años que las buenas revistas extrañamente fallan en hacer que el autor se sienta tan bien como las malas revistas lo hacen sentir mal." Sea que estemos juzgándonos a nosotros mismos o juzgando a los demás, la información negativa tiene más peso porque, siendo menos usual, llama más la atención. Influye más en los votos de las personas la impresión de las debilidades de los candidatos presidenciales, que la impresión de su fuerza, un fenómeno que no han pasado por alto quienes diseñan tácticas de campaña negativas.
Creer que le agradamos o le desagradamos a otro puede cumplirse por sí mismo. Rebecca Curtis y Kim Miller (1986) descubrieron esto con estudiantes de la Universidad Adelphi. Hicieron creer a algunos que le agradaban o le desagradaban a alguien a quien habían conocido brevemente. Cuando más tarde conversaron con esta persona, aquellos que sintieron que le habían agradado revelaron más sobre sí mismos, estuvieron menos en desacuerdo y exhibieron una actitud y un tono de voz más afectuoso y, por consiguiente, produjeron más afecto en respuesta de su compañero cándido de conversación.
Este principio de que nos agradan más y tratamos más afectuosamente a quienes percibimos que les agradamos, fue reconocido mucho antes de que los psicólogos sociales lo confirmaran. Los observadores, desde el filósofo antiguo Hecato ("Si deseas ser amado, ama") a Ralph Waldo Emerson ("La única manera de tener un amigo es ser uno") hasta Dale Carnegie ("Reparte elogios con profusión") anticiparon los descubrimientos. Lo que no pudieron prevenir fueron las condiciones precisas bajo las cuales funciona el principio.
Atribución
Como hemos visto, los halagos lo llevarán a alguna parte. Pero no a cualquier parte. Si la alabanza viola claramente lo que sabemos que es cierto —por ejemplo, si alguien dice "Tu cabello se ve estupendo" cuando no lo hemos lavado en días— podemos perder respeto por el halagador y preguntarnos si el cumplido surge de motivos ocultos. Por esta razón, a menudo creemos que la crítica es más sincera que la alabanza.
Los experimentos de laboratorio revelan algo que ya señalamos en capítulos anteriores: nuestras reacciones dependen de nuestras atribuciones. ¿Atribuimos los halagos del otro a algún motivo egoísta para congraciarse? ¿La persona está tratando de timamos: de hacer que compremos algo, de que consintamos sexual-mente, de que le hagamos un favor? Si es así, tanto el halagador como los halagos pierden atractivo (E. E. Jones, 1964; Lowe y Goldstein, 1970). Pero si no hay ningún motivo oculto aparente, entonces recibimos con afecto tanto al halagador como los halagos.
La manera en que explicamos nuestras propias acciones también importa. Clive Seligman, Russell Fazio y Mark Zanna (1980) pagaron a parejas de novios no graduados para que indicaran "por qué sales con tu novia/novio". Les pidieron a algunos que clasificaran siete razones intrínsecas, tales como "Salgo con _____ porque siempre pasamos un buen rato juntos" y "porque compartimos los mismos intereses y preocupaciones". Otros clasificaron posibles razones extrínsecas: ‘porque mis amigos piensan mejor de mí desde que comencé a salir con ella/él~~ y "porque ella/él conoce a muchas personas importantes". Cuando se les pidió después que contestaran una "Escala de Amor", aquellos cuya atención se había dirigido hacia posibles razones extrínsecas para su relación expresaron menos amor por su pareja y consideraron menos probable el matrimonio que aquellos a quienes se les hizo conscientes de posibles razones intrínsecas. (Sensibles a las preocupaciones éticas, los investigadores interrogaron después a todos los participantes y confirmaron que el experimento no tuvo efectos a largo plazo en las relaciones de los participantes.)
Autoestima y atracción
El principio de recompensa también implica que la aprobación del otro sería especialmente recompensante después de que uno ha estado privado de aprobación, del mismo modo que comer es mucho más recompensante cuando estamos extremadamente hambrientos. Para probar esta idea, Elaine Hatfield (Walster, 1965) dio a algunas mujeres de la Universidad de Stanford análisis muy favorables o muy desfavorables de sus personalidades, afirmando a algunas e hiriendo a otras. Luego les pidió evaluar a varias personas, incluyendo a un cómplice varón atractivo que justo antes del experimento había sostenido una conversación afectuosa con cada sujeto y les había pedido una cita. (Ninguna lo rechazó.) Después de la afirmación o la crítica, ¿a cuáles mujeres supone usted que les agradó el hombre? Fue a aquellas cuya autoestima se había despedazado temporalmente y que era presumible que estuvieran hambrientas de aprobación social. Esto explica por qué las personas en ocasiones se enamoran con rapidez en pleno choque emocionaL después de un rechazo que dañó a su yó.
Ganar la estimación de los demás
Si la aprobación después de la desaprobación es poderosamente recompensante, ¿entonces nos agradaría más alguien a quien le agradamos después de haberle desagradado inicialmente o alguien a quien le agradamos desde el principio? Dick está en una clase de discusión con la prima de su compañero de dormitorio, Jan. Después de la primera semana de clases, Dick se entera por su "conducto" que Jan piensa que él es bastante torpe, superficial y socialmente difícil. Sin embargo, conforme avanza el semestre, se entera de que la opinión de Jan sobre él ha ido cambiando de manera progresiva; gradualmente ella llega a considerarlo brillante, serio y encantador. ¿Le agradaría a Dick ahora tanto como si ella desde el principio hubiera pensado bien de él? Si Dick sólo está contando el número de comentarios aprobadores que recibe, entonces la respuesta será no: le habría agradado más Jan si le hubiera ofrecido de manera consistente comentarios afirmativos. Pero si después de su desaprobación inicial las recompensas de Jan se vuelven más potentes, entonces le podría agradar a Dick tanto como si hubiera sido afirmativa de manera consistente.
Aronson especula que la constante aprobación de un ser amado puede perder valor. Cuando el adulador esposo dice por milésima vez: "Caramba, cariño, te ves preciosa", esas palabras tienen mucho menor impacto que si él dijera: "Caramba, cariño, no te ves bien con ese vestido." Una persona a quien se ha adorado es difícil de recompensar pero fácil de herir. Esto sugiere que una relación abierta y honesta —en donde las personas disfrutan la estimación y la aceptación entre sí pero son sinceras acerca de sus sentimientos negativos— tiene mayor probabilidad de ofrecer recompensas continuas que una entorpecida por la supresión de emociones desagradables, una en la que las personas tratarían sólo, como aconsejó Dale Carnegie, de "elogiar con profusión". Aronson (1988) lo planteó de esta manera:
Conforme una relación madura hacia una mayor intimidad, lo que se vuelve cada vez más importante es la autenticidad —nuestra capacidad para dejar de tratar de causar una buena impresión y comenzar a revelar cosas de nosotros mismos que son reales aunque sean desagradables—. Además, debemos estar dispuestos a comunicar una amplia gama de sentimientos a nuestros amigos bajo circunstancias apropiadas y de maneras que reflejen nuestra preocupación. Por tanto,.., si dos personas son genuinamente afectuosas entre sí, tendrán una relación más satisfactoria y excitante por un periodo mayor si son capaces de expresar tanto los sentimientos positivos como los negativos, que si son completamente "agradables" entre sí todo el tiempo.
También pueden ayudarse entre sí a volverse socialmente más competentes. En la mayoría de las interacciones sociales autocensuramos nuestros sentimientos negativos, pero éstos pueden aparecer de manera no verbal, sin embargo, las personas poco sensibles pueden no recibir nunca estos mensajes sutiles. Por tanto, señalan William Swann y sus colegas (1991), pueden permanecer sordas a la retroalimentación correctiva que no traspasa la fachada de las palabras amables. Al vivir en un mundo de placentera ilusión, continúan actuando en formas que apartan a quienes podrían ser sus amigos. Un verdadero amigo es el que nos ama y nos acepta, pero con la suficiente honestidad para permitir que nos enteremos de las malas noticias.
• AMOR
¿Qué es eso que llamamos "amor"? El amor es más complejo que el agrado y por tanto más difícil de medir, más complicado de estudiar. Las personas suspiran por él, viven para él, mueren por él. Pero sólo en años recientes el amor —a pesar del menosprecio del senador Proxmire— se ha convertido en un tema serio en la psicología social.
La mayoría de los investigadores de la atracción han estudiado lo que se estudia con más facilidad —respuestas durante encuentros breves entre extraños—. Estas primeras impresiones pueden colorear nuestras percepciones posteriores de la persona. Lo que es más, las influencias iniciales sobre nuestro agrado por otros —proximidad, atractivo, semejanza, agrado— también influyen en nuestras relaciones cercanas a largo plazo. Por consiguiente, las impresiones que se forman rápidamente entre sí las parejas que salen a citas proporcionan una clave para su futuro a largo plazo. En efecto, silos romances en los Estados Unidos florecieran aleatoriamente, sin importar la proximidad y la semejanza, entonces la mayoría de los católicos (que son minoría) se casarían con protestantes, la mayoría de los negros se casarían con blancos y los estudiantes universitarios graduados estarían tan dispuestos a casarse con personas que abandonaron el bachillerato como con compañeros graduados.
De modo que las primeras impresiones son importantes. No obstante, el amor no es simplemente una intensificación del agrado inicial. En consecuencia, los psicólogos sociales han cambiado su atención de la atracción moderada experimentada durante los primeros encuentros al estudio de relaciones cercanas perdurables.
Una línea de investigación ha comparado la naturaleza del amor en varias relaciones cercanas —amistades del mismo sexo, relaciones padre-hijo y esposos o amantes—. Estas investigaciones revelan elementos que son comunes a todas las relaciones amorosas: comprensión mutua, apoyo recíproco, valorar y disfrutar estar con el ser amado. Aunque estos ingredientes del amor se aplican por igual al amor entre los mejores amigos o entre esposo y esposa, están condimentados de manera diferente dependiendo de la relación. El amor apasionado, sobre todo en su fase inicial, se distingue por la inclinación física, una expectativa de exclusividad y una fascinación intensa por el ser amado.
Para que no pensemos que el amor apasionado ocurre sólo entre amantes románticos, Phillip Shaver y sus colaboradores (1988) señalan que los niños de un año de edad exhiben de manera típica un vinculo apasionado con sus padres. Del mismo modo que los amantes adultos jóvenes, se alegran con la inclinación física, se perturban cuando se separan, expresan un afecto intenso cuando se reúnen y les produce gran placer la atención y la aprobación de los padres. John Carlson y Elaine Hatfield (1992) reportan que los niños de cinco años también exhiben a menudo amor apasionado, al darse cuenta de que no pueden dejar de pensar en un niño del otro sexo y quieren estar cerca de él, tocarlo y ser tocados por él. Sin embargo, los investigadores del amor no centran su atención en estas pasiones rudimentarias sino en el amor romántico entre adolescentes y adultos.
AMOR APASIONADO
El primer paso en el estudio científico del amor romántico, como al estudiar cualquier variable, es decidir cómo definirlo y medirlo. Tenemos maneras de medir la agresión, el altruismo, el prejuicio y el agrado, pero, ¿cómo medir el amor? Elizabeth Barrett Browning planteó una cuestión similar: "¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras." Los científicos sociales han contado varias maneras. El psicólogo Robert Sternberg (1988) ve el amor como un triángulo, cuyos tres lados (de longitudes variadas) son pasión, intimidad y compromiso. Extraídos de la filosofía y la literatura antigua, el sociólogo John Alan Lee (1988) y los psicólogos Clyde Hendrick y Susan Hendrick (1993) identifican tres estilos de amor primarios —eros (pasión), ludus (juego) y estorge (amistad)— los cuales, como los colores primarios, se combinan para formar estilos de amor secundarios, tales como manía (un compuesto de eros y ludus). El investigador pionero del amor, Zick Rubin (1970, 1973) distinguió factores algo diferentes. Para evidenciar cada uno, escribió reactivos de un cuestionario:
1. Vinculación (por ejemplo: "Si estuviera solo, mi primer pensamiento sería buscar a ______________________."
2. Cuidado (por ejemplo: "Si _______ se sintiera mal, mi primer deber sería animarlo".[animarla.]¨")
3. Intimidad (por ejemplo: "Siento que puedo confiar en___________ respecto a casi todo.")
Rubín dio su Escala de Amor a cientos de parejas de novios de la Universidad de Michigan. Después invitó al laboratorio a parejas cuyas puntuaciones sugerían que su relación era débil o fuerte. Mientras cada pareja esperaba la sesión, observadores detrás de un espejo de una sola vista cronometraron el tiempo que mantenían contacto visual. Las parejas de "amor débil" se miraban entre sí menos que las parejas de "amor fuerte", quienes se descubrían a sí mismas viéndose a los ojos entre sí.
El amor apasionado es emocional, excitante, intenso. Hatfield (1988) lo define como un estado de anhelo intenso de unión con el otro". Si es recíproco, uno se siente realizado y gozoso; si no, uno se siente vacío o desesperado. Como otras formas de excitación emocional, el amor apasionado implica una mezcla de regocijo y melancolía, de alegría hormigueante y tristeza descorazonada.
Como implica esta definición, las personas pueden sentir amor apasionado hacia alguien que produce dolor, ansiedad y celos. ¿Por qué? El amor romántico en ocasiones parece no seguir el principio sensible de que nos agradan quienes nos recompensan y nos desagradan quienes nos causan dolor. Douglas Kenrick y Robert Cialdini (1977) proponen una posible respuesta: aunque el ser amado puede causar dolor y ansiedad, también puede aliviar estas emociones. El ser amado produce celos cuando está con alguien más, pero también ofrece un alivio extático con su retomo. Amar a aquellas personas asociadas con la desaparición de sentimientos negativos, en realidad ilustra el principio de recompensa. Quizá pueda recordar una "riña de amantes" que casi se justificó por el intenso placer de reconciliarse.
Una teoría del amor apasionado
Hatfield tiene una explicación diferente del amor apasionado, una que aplica la teoría de la emoción. Ahí, se ve que un estado dado de activación puede ser orientado a cualquiera de varias emociones, dependiendo de cómo atribuimos la activación. Una emoción implica tanto al cuerpo como a la mente, tanto a la activación misma como a la manera en que la interpretamos y etiquetamos. Imagínese usted mismo con el corazón acelerado y las manos temblorosas: ¿está experimentando temor, ansiedad, alegría? Desde el punto de vista fisiológico, una emoción es bastante similar a otra. Por consiguiente, usted puede experimentar la activación como alegría si está en una situación eufórica, como enojo si su ambiente es hostil y como amor apasionado si la situación es romántica. Desde este punto de vista, el amor apasionado es la experiencia psicológica de ser activado biológicamente por alguien a quien encontramos atractivo.
Si, en efecto, la pasión es un estado acelerado que denominamos "amor", entonces cualquier cosa capaz de aceleramos intensificará ese sentimiento. En varios experimentos, la respuesta de los hombres universitarios activados sexualmente por leer o ver materiales eróticos tuvieron una respuesta incrementada ante una mujer (por ejemplo, obtuvieron una puntuación mucho más alta en la Escala de Amor de Rubin cuando describían a su novia). Los que postulan la teoría de dos factores de la emoción argumentan que cuando los hombres acelerados responden ante una mujer, es fácil que atribuyan erróneamente algo de su activación a ella.
Según esta teoría, la activación causada por cualquier fuente debe intensificar los sentimientos apasionados de la persona —a condición de que su mente esté libre para atribuir algo de la activación a un estímulo romántico—. Donald Dutton y Arthur Aron (1974, 1989) invitaron a hombres de la Universidad de Columbia Británica a que participaran en un experimento de aprendizaje. Después de conocer a su atractiva compañera, algunos se asustaron con la noticia de que sufrirían algunos choques eléctricos "bastante dolorosos". Antes de que comenzara el experimento, el investigador les aplicó un cuestionario breve "para obtener algo de información sobre sus sentimientos y reacciones actuales, en vista de que éstos a menudo influyen en la ejecución de la tarea de aprendizaje". Cuando se les preguntó qué tanto les gustaría salir con su compañera y besarla, los hombres activados (asustados) expresaron una atracción más intensa hacia la mujer.
Del mismo modo, después de que Gregory White y sus coinvestigadores activaron a hombres universitarios —haciéndolos correr en su lugar, escuchar una rutina de comedia de Steve Martin o escuchar una horrorosa cinta de mutilaciones humanas— los hombres respondieron con más intensidad ante una mujer cómplice. Expresaron mayor agrado por una mujer atractiva y mayor desagrado por otra no atractiva. Y Brett Cohen y sus coinvestigadores (1989) reportan que las parejas muestran más atracción (tocándose y hablando) al salir de un cine que cuando entran —si acaban de ver una excitante película de terror y no una película no emotiva—.
¿Ocurre este fenómeno fuera del laboratorio? Dutton y Aron (1974) hicieron que una atractiva joven se acercara a jóvenes de manera individual cuando cruzaban un puente colgante, bamboleante y estrecho, de 135 metros de largo, suspendido a 69 metros de altura sobre el rocoso río Capilano de Columbia Británica. La mujer le pidió a cada hombre que le ayudara a llenar un cuestionario de clase. Cuando terminaba, ella le escribía su nombre y su número telefónico y lo invitaba a llamar si deseaba saber más sobre el proyecto. La mayoría aceptó el número telefónico y la mitad de éstos llamaron. En contraste, los hombres a los que se aproximó una mujer en un puente bajo y sólido, y los hombres a los que se aproximó un entrevistador hombre en un puente alto, rara vez llamaron. Una vez más, la activación física acentuó las respuestas románticas. La adrenalina hace más cariñoso al corazón.
Pero, ¿ce así por lo general? Loe psicólogos sociales debaten esto. La teoría de los dos factores del amor romántico predice que la activación intensificará más el amor cuando su fuente es ambigua, dejándonos en libertad de atribuir erróneamente la activación a la pasión. Pero, en ocasiones, la fuente de nuestra activación no es ambigua; sabemos demasiado bien por qué nos sentimos ansiosos, irritados o asustados. Por consiguiente, darle vueltas al problema puede dejamos menos abiertos al amor romántico. Otras veces, como cuando ya nos hemos regocijado o impresionado por un suceso que no ronda nuestras mentes, nuestra activación puede ser dirigida hacia la pasión. Nuestra activación real —digamos, el ritmo cardiaco elevado que persiste varios minutos después del ejercicio— dura más que nuestro sentimiento activado. Esta activación persistente pero no percibida significa que necesitamos menos estimulación para volver a elevar nuestras respuestas hasta el umbral para sentimos activados otra vez. La activación persistente fomenta la nueva emoción. Aun cuando sabemos que algo como el ejercicio nos ha activado previamente, esa activación alimenta cualquier fuego que entonces esté encendido.
Variaciones en el amor
Época y cultura
Siempre existe una tentación (el efecto de falso consenso) de asumir que los demás comparten nuestros sentimientos e ideas. Asumimos, por ejemplo, que el amor es una precondición para el matrimonio. Pero esta suposición no es compartida por las culturas que practican matrimonios arreglados. Más aún, hasta fechas recientes en Estados Unidos, las elecciones matrimoniales, sobre todo las de las mujeres, fueron influidas fuertemente por consideraciones de seguridad económica, antecedentes familiares y posición profesional. Pero para mediados de la década de 1980, casi 9 de cada 10 adultos jóvenes encuestados indicaron que el amor es esencial para el matrimonio. Por tanto, la importancia que se da al amor romántico varía en las diferentes culturas. En la actual cultura occidental, el amor por lo general precede al matrimonio; en otras, con más frecuencia es posterior al matrimonio.
Personalidad
En cualquier lugar y época, el enfoque de los individuos respecto a las relaciones heterosexuales también es variable. Algunos buscan una sucesión de compromisos cortos; otros valoran la intimidad de una relación exclusiva y perdurable. En una serie de estudios, Mark Snyder y sus colegas (1985, 1988; Snyder y Simpson, 1985) identificaron una diferencia de personalidad vinculada con estos dos enfoques del romance. En el capítulo 4 mencionamos que algunas personas —aquellas altas en "automonitoreo"— monitorean hábilmente su propia conducta para crear el efecto deseado en cualquier situación dada. Otros —aquellos bajos en automonitoreo— se guían de manera más interna y es más probable que reporten que actúan de la misma manera en todas las situaciones.
¿A cuál tipo de persona —alguien alto o bajo en automonitoreo— supone que la apariencia física de un prospecto podría afectarle más?, ¿cuál estaría más dispuesta a terminar una relación en favor de una nueva pareja y, por consiguiente, a salir con más personas por períodos más cortos?, ¿cuál sería más promiscua sexualmente?
Snyder y Sirnpson reportan que en cada caso la respuesta es la persona alta en automonitoreo. Dichas personas son hábiles para el manejo de las primeras impresiones pero tienden a comprometerse menos en relaciones profundas y perdurables. Los que tienen bajo el automonitoreo y al estar centrados menos hacia el exterior, son más comprometidos y muestran más interés por las cualidades internas de las personas. Cuando revisan expedientes para examinar a novios o empleados potenciales valoran más los atributos personales que la apariencia. Y dada una elección entre alguien que comparte sus actitudes o sus actividades preferidas, los que están bajos en automonitoreo (a diferencia de los que están altos en automonitoreo) se sienten atraídos por quienes tienen actitudes semejantes a las suyas.
Género
¿Los hombres y las mujeres difieren en la manera en que experimentan el amor apasionado? Los estudios de hombres y mujeres enamorándose y desenamorándose revelan algunas sorpresas. La mayoría de las personas, incluyendo al autor de la siguiente carta a un columnista consejero de un periódico, suponemos que las mujeres se enamoran más fácilmente:
Estimado Dr. Brothers:
¿Cree usted que es afeminado para un chico de 19 años de edad enamorarse tanto que todo el mundo parece ponerse de cabeza? Creo que realmente estoy loco porque esto me ha sucedido varias veces y el amor salido de ninguna parte parece darme en la cabeza... Mi padre dice que ésta es la forma en que se enamoran las chicas y que no sucede así con los chicos —al menos así se supone—. No puedo cambiar la manera en que soy pero me preocupa un poco. P. T.
P. 1. se tranquilizaría con el descubrimiento repetido de que en realidad son los hombres los que tienden a enamorarse con mayor rapidez. Los hombres también parecen desenamorarse en forma más lenta y tienen una probabilidad menor que las mujeres de romper un romance prematrimonial. Sin embargo, es típico que las mujeres enamoradas se involucren emocionalmente tanto como sus parejas, o más. Es más probable que reporten sentirse eufóricas y "mareadas y despreocupadas’; como si estuvieran "flotando en una nube". Las mujeres también tienen una probabilidad ligeramente mayor que los hombres de centrarse en la intimidad de la amistad y en su interés por su pareja. Los hombres tienen mayor probabilidad que las mujeres de pensar en los aspectos físicos y festivos de la relación.
AMOR DE COMPAÑEROS
Aunque el amor apasionado arde en llamas, inevitablemente se calma. Del mismo modo en que desarrollamos tolerancia para la euforia inducida por fármacos, así la pasión alta que sentimos por una pareja romántica está destinada a volverse más templada. Cuanto más dura una relación son menores sus altibajos emocionales. Lo intenso del romance puede ser sostenido por unos cuantos meses, incluso un par de años. Pero, como lo señalamos en la discusión del capítulo 10 acerca del nivel de adaptación, ninguna elevación dura para siempre. Si una relación íntima ha de perdurar, debe estabilizarse en un resplandor crepuscular más tranquilo pero aún afectuoso que Hatfield llama amor de compañeros.
A diferencia de las emociones salvajes del amor apasionado, el amor de compañeros es una emoción menos intensa; es un vinculo afectuoso profundo. Y es igual de real. Aun si uno desarrolla tolerancia para un fármaco, la abstinencia puede ser dolorosa. De igual modo sucede con las relaciones íntimas. Las parejas mutuamente dependientes que ya no sienten la llama del amor apasionado a menudo descubren, ante el divorcio o la muerte, que la pérdida es mayor de lo que esperaban. Que se habían centrado en lo que no funcionaba y no notaron todas las cosas que sí lo hacían, incluyendo cientos de actividades interdependientes.
El enfriamiento del amor apasionado al paso del tiempo y la creciente importancia de otros factores, como los valores compartidos, se pueden detectar en los sentimientos de quienes han celebrado matrimonios arreglados, contra los matrimonios por amor en India. Usha Gupta y Pushpa Singh (1982) pidieron a 50 parejas en Jaipur, India, que respondieran la Escala de Amor de Zick Rubín. Encontraron que los que se casaron por amor reportaron una disminución en los sentimientos de amor si habían estado casados más de cinco años. Por contraste, aquellos que se casaron en matrimonios arreglados reportaron más amor que si fueran recién casados.
El enfriamiento del amor romántico intenso a menudo es el inicio de un periodo de desilusión, sobre todo entre aquellos que consideran este amor como esencial tanto para que el matrimonio se realice como para su continuación. Jeffry Simpson, Bruce Campbell y Ellen Berscheid (1986) sospechan que "el agudo incremento en el índice de divorcios en las pasadas dos décadas está vinculado, al menos en parte, con la creciente importancia de las experiencias emocionales positivas intensas (por ejemplo, el amor romántico) en las vidas de las personas, experiencias que pueden ser particulármente difíciles de sostener con el tiempo". Comparados con los norteamericanos, los asiáticos tienden a centrarse menos en los sentimientos personales, como la pasión, y más interesados en los aspectos prácticos de los vínculos sociales. Por tanto, pueden ser menos vulnerables a la desilusión. Los asiáticos también son menos propensos al individualismo centrado en sí mismos que a largo plazo puede socavar una relación y conducir al divorcio.
La declinación de la intensa fascinación mutua puede ser natural y adaptativa para la supervivencia de la especie. El resultado del amor apasionado con frecuencia son hijos, cuya supervivencia es ayudada por el desvanecimiento de la obsesión de los padres entre sí. No obstante, para los que llevan casados más de 20 años, algo del sentimiento romántico perdido a menudo se renueva conforme se vacía el nido familiar y los padres vuelven a estar libres de enfocar su atención entre sí (Hatfield y Sprecher, 1986). "Ningún hombre o mujer sabe en realidad lo que es el amor hasta que han estado casados un cuarto de siglo’; dijo Mark Twain. Si la relación ha sido íntima y mutuamente recompensante, es probable que aún se desarrolle el amor de compañeros. Pero, ¿qué es "intimidad"? ¿Y qué es "mutuamente recompensante"?
Autodivulgación
Las relaciones profundas de compañeros son íntimas. Nos permiten ser conocidos como somos en verdad y sentirnos aceptados. Esta experiencia deliciosa la disfrutamos en un buen matrimonio o una amistad íntima —una relación donde la confianza desplaza a la ansiedad y donde, por consiguiente, somos libres de abrirnos sin temor a perder el afecto del otro—. Estas relaciones se caracterizan por lo que el finado Sidney Jourard llamó autodivulgación, o lo que Dalmas Taylor (1979) e Irwin Altman han llamado "penetración social". Conforme una relación madura, los involucrados revelan más y más de sí mismos uno al otro; su conocimiento entre sí penetra a niveles cada vez más profundos hasta que alcanza la profundidad apropiada. Carecer de estas oportunidades para la intimidad causa que experimentemos el dolor de la soledad.
Los experimentos han probado tanto las causas como los efectos de la autodivulgación. Los investigadores se han preguntado: ¿cuándo están más dispuestas las personas a revelar información íntima concerniente a "qué le gusta y qué no le gusta de sí misma" o "qué le avergüenza más y de qué está más orgulloso"? ¿Y qué efectos tienen esas revelaciones en aquellos a quienes se les revelan y las reciben?
El descubrimiento más confiable es el efecto de la reciprocidad de la divulgación: la divulgación engendra divulgación. Revelamos más a quienes se han abierto con nosotros. Pero la intimidad rara vez es instantánea; con mucha mayor frecuencia, progresa como una danza: yo revelo un poco, tú revelas un poco —pero no demasiado—. Entonces tú revelas más, y lo mismo hago yo.
Algunas personas son "abridoras" especialmente hábiles —es decir, son personas que producen con facilidad revelaciones íntimas de los demás, incluso de aquellos que normalmente no revelan mucho sobre sí mismos—. Estas personas tienden a ser buenos oyentes. Durante la conversación mantienen expresiones faciales atentas y demuestran estar disfrutando cómodamente. Tambitn pueden expresar interés emitiendo frases de apoyo mientras su compañero de conversación está hablando. Son lo que el psicólogo Carl Rogers (1980) llamó oyentes "promotores del desarrollo" —personas que son genuinas al revelar sus propios sentimientos, que aceptan los sentimientos de los demás y que son oyentes empáticos. sensibles y reflexivos.
La disposición del compañero también importa. Algunas personas son más íntimas de manera natural en ese tipo de relaciones. Y casi todos revelan más cuando están de buen humor. Cuando estamos de mal humor, tendemos a cerrarnos como almejas. ¿Cuáles son los efectos de esta autodivulgación? Jourard (1964) argumentó que quitarnos las máscaras y permitir que nos conozcan como somos, nutre al amor. Suponía que es gratificante abrirse a otro y luego recibir su confianza, es decir, implica el abrirse con nosotros. Por ejemplo, tener un amigo íntimo con quien podamos discutir las amenazas a nuestra autoimagen parece ayudamos a sobrevivir cómodamente esas tensiones emocionales. Una amistad verdadera es una relación especial que nos ayuda a arreglárnoslas con otras relaciones. "Cuando estoy con mi amigo’; reflexionaba el autor de teatro romano Séneca, "me parece que estoy solo, y por tanto en libertad de hablar cualquier cosa que pienso". En el mejor de los casos, el matrimonio es una amistad así, sellada por el compromiso.
Aunque la intimidad es recompensante, los resultados de muchos experimentos nos advierten que no supongamos que la autodivulgación automáticamente despertará el amor. No es tan sencillo. Es verdad que nos agradan más aquellos ante quienes nos hemos revelado a nosotros mismos. Pero no siempre somos afectuosos con aquellos que se revelan íntimamente ante nosotros. Alguien que se apresura a contarnos detalles íntimos al conocemos, puede quedar como indiscreto, inmaduro, incluso inestable. Sin embargo, por lo general, las personas prefieren a una persona abierta y autodivulgadora a una que se contiene. Esto sucede sobre todo cuando la divulgación es apropiada para la conversación. Nos sentimos complacidos cuando una persona por lo común reservada dice que algo en nosotros "me hace sentir abierto" y comparte información confidencial. Es gratificante ser escogidos para la revelación de otra persona.
La autodivulgación íntima es uno de los deleites del amor de compañeros. Las parejas de novios y de casados que más se revelan entre sí disfrutan más su relación y es más probable que ésta dure. En una encuesta nacional Gallup reciente con matrimonios, el 75 por ciento de los que rezaban con su cónyuge (y el 57 por ciento de los que no lo hacían) reportaron su matrimonio como muy feliz. Entre los creyentes, la oración compartida desde el corazón es una exposición humilde, íntima y conmovedora. Aquellos que rezan juntos también con más frecuencia afirman discutir su matrimonio juntos, respetan a su cónyuge y lo califican como un hábil amante.
Los investigadores también han encontrado que las mujeres a menudo están más dispuestas a revelar sus temores y debilidades que los hombres. Como lo planteó Kate Millett (1975): ‘las mujeres expresan, los hombres reprimen." No obstante, los hombres en la actualidad, particularmente los hombres con actitudes igualitarias del rol de género, parecen estar cada vez más dispuestos a revelar sentimientos íntimos y a disfrutar de las satisfacciones que acompañan a una relación de confianza y autodivulgación mutuas.
Equidad
Anteriormente, mencionamos una regla de equidad que funcionaba en el fenómeno de formar pareja: las personas por lo general aportan ventajas iguales a las relaciones románticas: a menudo forman pareja por el atractivo, posición, etcétera. Si no están al mismo nivel en alguna área, como el atractivo por ejemplo, tienden a no estar parejos de manera compensatoria en alguna otra área, como la posición. Pero en ventajas totales, son una pareja equitativa. Nadie dice, y pocos incluso piensan: "Te cambio mi buena apariencia por tu gran ingreso." Pero, sobre todo en las relaciones que perduran, la regla es la equidad.
Aquellos que tienen una relación equitativa están más contentos. Aquellos que perciben su relación como inequitativa sienten incomodidad: el que hizo el mejor trato puede sentirse culpable y el que piensa que hizo un trato injusto puede sentirse intensamente irritado. (Dado el sesgo de autoservicio, la persona que obtiene "mayores beneficios" es menos sensible a la inequidad.) Robert Schafe y Patricia Keith (1980) encuestaron a varios cientos de matrimonios de todas las edades, y notaron a quienes sentían su matrimonio algo injusto debido a que uno de los cónyuges contribuía muy poco a cocinar, a los quehaceres domésticos, al cuidado de los hijos o al gasto. La inequidad cobra su cuota: aquellos que la perciben se sienten más afligidos y deprimidos.
Terminar o conservar una relación íntima
¿Qué hacen las personas cuando perciben que una relación es inequitativa? Al comparar a su pareja aparentemente insatisfactoria con el apoyo y afecto que imaginan está disponible en otra parte, algunos terminarán esa relación. Entre las parejas de novios, cuanto más íntima y larga sea la relación y menos sean las alternativas disponibles, más doloroso es el rompimiento. De manera sorprendente, Roy Baumeister y Sara Wotman (1992) reportan que meses o años después las personas recuerdan haber sentido más dolor por haber despreciado el amor de alguien que por haber sido despreciados. Su aflicción surge de la culpa por herir a alguien, del malestar por la persistencia del amante rechazado o por la incertidumbre sobre cómo responder. Entre los matrimonios, el rompimiento tiene costos adicionales: padres y amigos consternados, la restricción de los derechos sobre los hijos, sentimiento de culpa por las promesas rotas. Aún así, cada año millones de parejas están dispuestas a pagar estos costos para librarse de lo que perciben como los costos mayores de continuar una relación dolorosa y no recompensante. Los sociólogos y demógrafos reportan que el divorcio es menos probable entre los que se casan después de los 20 años de edad, tienen un noviazgo largo antes de casarse, están bien educados, disfrutan de un ingreso estable, viven en una ciudad pequeña o en una granja, no cohabitan o quedan embarazadas antes de casarse y son activamente religiosos.
Cuando las relaciones se deterioran, existen alternativas al divorcio. Caryl Rusbult y sus colegas (1986, 1987) han explorado otras tres maneras de enfrentar una relación fallida. Algunas personas exhiben lealtad —pasivas aunque optimistas, esperan a que las condiciones mejoren—. Los problemas son demasiado dolorosos para hablarlos y los riesgos de separación son demasiado grandes, así que la pareja leal aprieta los dientes y persevera, esperando que regresen los viejos buenos tiempos. Otros (sobre todo hombres) muestran desatención y permiten pasivamente que la relación se deteriore. Cuando se trata de ignorar las dolorosas insatisfacciones, se origina un desacoplamiento emocional insidioso conforme los cónyuges comienzan a redefinir sus vidas sin el otro. Otros más, sin embargo, expresan sus preocupaciones y emprenden acciones para mejorar la relación.
Estudio tras estudio revelan que las parejas infelices están en desacuerdo, ordenan, critican y humillan. Las parejas felices con más frecuencia concuerdan, aprueban, asienten y ríen. ¿De modo que las relaciones infelices se animarían si los cónyuges estuvieran de acuerdo en actuar más como lo hacen las parejas felices —quejándose y criticando menos?, ¿afirmando y concordando más?, ¿estableciendo momentos aparte para expresar sus preocupaciones?, ¿rezando o jugando juntos a diario? De la misma forma en que las actitudes siguen a las conductas, ¿los afectos siguen a las acciones?
Joan Kellerman, James Lewis y James Laird (1989) se lo preguntaron. Ellos sabían que entre las parejas que están enamoradas apasionadamente es típico que se miren a los ojos mutuamente por largo tiempo. ¿El verse a los ojos con intimidad íncita de manera similar sentimientos entre aquellos que no están enamorados? Para averiguarlo, les pidieron a parejas hombre-mujer de desconocidos que se vieran con atención por dos minutos ya fuera a las manos o a los ojos. Cuando se separaron, los que se miraron a los ojos reportaron un estremecimiento de atracción y afecto entre sí. Simular amor había comenzado a íncitarlos.
Al representar y expresar amor, el investigador Robert Stemberg (1988) cree que la pasión del romance inicial puede evolucionar hacia un amor perdurable:
"Y vivieron felices desde entonces" no necesita ser un mito, pero si ha de ser una realidad, la felicidad debe estar basada en configuraciones diferentes de sentimientos mutuos en momentos diversos de una relación. Las parejas que esperan que su pasión dure para siempre, o que su intimidad permanezca incontrovertida, se desilusionaran. . . Debemos trabajar de manera constante para comprender, construir y reconstruir nuestras relaciones amorosas. Las relaciones son construcciones, y se deterioran con el tiempo si no se mantienen y mejoran. No podemos esperar que una relación simplemente se cuide a sí misma, del mismo modo que no podemos esperar eso de un edificio. Más bien, debemos tomar la responsabilidad de hacer nuestras relaciones lo mejor que puedan ser.
Dados los ingredientes psicológicos de la felicidad matrimonial —maneras de pensar semejantes, intimidad social y sexual, dar y recibir equitativamente recursos emocionales y materiales— se hace posible replicar al dicho francés: "El amor hace pasar el tiempo y el tiempo hace pasar el amor." Pero requiere esfuerzo contener el deterioro del amor. Es necesario esforzarse y darse tiempo cada día para hablar de los acontecimientos cotidianos. Requiere esfuerzo renunciar a regañar y discutir y en vez de ello revelarse y escuchar las penas, preocupaciones y sueños entre sí. Toma tiempo convertir una relación en "una utopía sin clases, de igualdad social" en la que ambos cónyuges libremente den y reciban, compartan la toma de decisiones y disfruten la vida juntos.